lunes, 12 de abril de 2010

El Colegio de Alcántara


Durante los últimos post he ido hablando de lo que fue y supuso en Salamanca el convento de San Francisco el Grande. Hoy quiero recordar lo que no se realizó debido, en parte, a su influencia. Me refiero al nuevo Colegio que la Orden Militar de Alcántara proyectó, en 1790, en los terrenos que hoy ocupa el Campo de San Francisco.

Este colegio fue fundado por Carlos V en 1552. Según nos cuenta Villar y Macías, su primera residencia estuvo en la “Casa de los Abades”, sobre cuyo solar se construyó, tiempo después, el Seminario de Carvajal en la plaza a la que da nombre. Pasaron después a ocupar la Casa de Los Abarca y de allí se trasladaron a una casa con torreón en la calle del Prior, que había sido propiedad de los Tejeda.

El mal estado de estas casas, propició que el Consejo de Órdenes encargara a Jovellanos, que en ese tiempo residía en Salamanca, la búsqueda de un solar para acometer la construcción de un nuevo colegio.

Como nos relata Florencio Hurtado Rodríguez en su interesantísimo libro “Salamanca en el siglo XVIII. La Salamanca que conoció Jovellanos”, el solar elegido fue el del Campo de S. Francisco. El ayuntamiento cedió el terreno a la Orden y las obras dieron comienzo.

En el plano que extraigo del imprescindible libro de Mª Nieves Rupérez Almajano Urbanismo de Salamanca en el S. XVIII”, se puede observar la distribución que se iba a realizar del espacio disponible: la parte alta del Campo (la de poniente) se destinaría a huerta, el centro sería ocupado por el colegio y la parte baja se utilizaría para acoger una gran plaza pública con fuente, árboles, parterres y un crucero, a la que se accedería por tres amplias entradas. A esta plaza daría la fachada del Colegio en el mas puro estilo neoclásico que tanto gustaba a los ilustrados como Jovellanos.

El problema vino cuando los franciscanos, los representantes del común y algunas personalidades más (entre las que parece que estuvo García de Quiñones) se opusieron, con todas sus influencias y pocas pruebas, a la futura construcción. El juicio se prolongó durante años, las obras fueron paradas y ya en 1798, tras un alegato de Jovellanos en el que demostraba la inconsistencia de las alegaciones en contra del edificio, el Tribunal falló a favor de los de Alcántara.

Como nos dice Mª Nieves Rupérez, para ese año, la Orden Militar no disponía del dinero destinado a la fábrica, y un año después se trasladó al colegio de Oviedo, renunciando definitivamente a su construcción.

Solamente se habían acabado los cimientos y algunas de las paredes del primer cuerpo hasta unos doce pies de altura.

Tras quedar abandonado varios años, durante la guerra de la Independencia fue destruido por los franceses mucho de lo hecho, y en años posteriores demolido el resto para aprovechar la piedra.

Según Jovellanos se perdió para la ciudad uno de los edificios más hermosos de los que en ella había. Es posible que estuviera en lo cierto, pero, seguramente, hoy nadie eche de menos un edificio más y sí se agradezca la existencia de uno de los pocos jardines con que cuenta el centro de la ciudad. Los tiempos cambian y con ellos las necesidades.