lunes, 1 de noviembre de 2010

Las piedras emigrantes


Entre los muchos papeles y recortes de prensa que, con los años, voy acumulando, encontré el que reproduzco encima de estas líneas. El autor es D. Enrique de Sena y , por tanto, el recorte pertenece a El Adelanto. Lo que no sé es la fecha del periódico, pero calculo que será de los 90. Empieza diciendo que lo que hizo el maestro de obras no sabe si elogiarlo o usarlo como advertencia de lo que no debe hacerse. No es fácil saberlo, ni antes ni ahora, y con su artículo deja perfectamente explicado lo difícil que es sentar cátedra en estos temas. Comparto su idea de mantener las piedras en su sitio, pero si cuando fui el otro día a la calle Méjico buscando la casa de la que nos habla, hubiera existido todavía, me hubiera dado un alegrón (cada uno se divierte con sus tonterías) y no dudo de que muchos de los que leen estas cosillas, se hubieran acercado hasta allí para verla. Es más, si siguieran allí, todavía podrían ser recuperadas. No parece bueno "de suyo" el traslado, pero con el paso del tiempo esos restos trasladados valen más que si no existen.
La fotografía que vemos debajo pertenece al edificio que se construyó cuando tiraron aquella. Sin ser tan "salmantina" como la anterior, no deja de tener su gracia y el mirador circular le daba una singularidad suficiente para que el último Plan General de Ordenación Urbana la catalogara e impidiera expresamente que fuera derribada la fachada. Cuando se empezó la obra de reforma y rehabilitación, se vació por dentro y muchas de las piedras de su fachada fueron numeradas para posteriormente volverlas a su lugar. Tiempo después la fachada fue derruida y en su lugar se construyó una idéntica a la que había, pero con unos (se supone) mejores materiales. Y de nuevo surgen las dudas, en cumplimiento estricto de la ley no debería tirarse la fachada, pero viendo la mala calidad de sus materiales y su pésimo estado de conservación, no hay duda de que el nuevo edificio ha ganado en calidad y ha mantenido su estética. Si acaso, lo que cabría preguntarse es si se considera normal que para construir una casa en el casco de la ciudad haya que hacer una copia exacta de la que antes había. Produciría una triste sensación de que el tiempo se ha parado.






















Clikando en el recorte se puede leer el articulo de D. Enrique de Sena.

lunes, 25 de octubre de 2010

La manzana de San Polo


Hace pocos años se desató cierta polémica ante la construcción de un hotel en el terreno que ocupaban las ruinas de la parroquia de San Pablo. Mi opinión era contraria a esa construcción, ya que no estaba de acuerdo en que el hotel se subiera, literalmente, sobre las ruinas de la iglesia, pues no parecía de recibo que los restos de una parroquia medieval acabaran como adorno de un negocio privado. También se perdían bajo la piqueta dos edificios que, a mi entender, tenían solera y un valor arquitectónico suficiente como para que fueran respetados.

La parroquia de San Polo fue fundada en el territorio que se dio a los “portogaleses” hacia 1112. Era el único templo de ladrillo de Salamanca, y por “su humilde aspecto y pobres materiales” piensa Villar y Macias, que pudiera haber sido construida por los mozárabes en tiempos de la dominación árabe. Los ábsides que todavía existen pertenecen a la primera fábrica.. Muy posterior es la fachada de piedra que mira a la calle de San Pablo, pues fue mandada levantar junto con una torre, también de piedra, en 1529. En ella hubo hasta mediados del siglo XIX treinta estatuas de otros tantos santos sobre ménsulas góticas. No se sabe la razón por la que fueron retiradas pero por las dimensiones de la fachada y la cantidad de estatuas debió ser digna de verse.
Ha pasado el tiempo y creo que me equivoqué en lo que a las ruinas se refería, porque si bien el hotel sigue sin gustarme, he de reconocer que los restos de San Polo están siendo preservados de los efectos del tiempo y la dejadez de las instituciones, desde que pasaron a formar parte de la terraza del hotel. Sin embargo, viendo de nuevo las fotografías de los dos edificios que fueron derribados para levantar el hotel, observo que ambos eran representativos de dos tipos de construcción de la que apenas quedan otras muestras en nuestra ciudad: las viviendas con jardín en la fachada y las viviendas unifamiliares con negocio en los bajos.


lunes, 4 de octubre de 2010

La calle Cañizal

Entre la calle de la Compañía y la de Cervantes discurre una antigua y estrecha calle llamada de Cañizal. Hasta el siglo XVI al menos, se la llamó Guardianos y unía la plazuela de San Benito (la Compañía de Jesús todavía no había erigido el edificio que, con el tiempo, daría nombre a la calle) y la calle de los Moros (actual Cervantes).

En una de las dos esquinas que forma con la de Tahonas Viejas, se encuentran los restos del Colegio Menor de Santa Cruz. Este Colegio fue fundado por Don Juan de Cañizares y Fonseca, sobrino del Arzobispo Don Alonso de Fonseca. A este colegio se le conocía con el nombre de Santa Cruz de Cañizares, y, por deformación, acabó dando a la calle el nombre de Cañizal.

En 1992 se construyó el Conservatorio Profesional de Música, integrando en él los restos que quedaban.

Unos meses antes de que fuese construido, hicimos estas fotografías.




lunes, 20 de septiembre de 2010

La calle de Bermejeros y la Laguna del Hoyo



Una de las calles mas antiguas de Salamanca, sin pertenecer a la “parte vieja” de la ciudad, es la calle de Bermejeros. Aunque dividida en varios tramos muy distintos entre si, esta calle une la de Azafranal con la plazuela de los Sexmeros.

Hace unos veinte años todavía quedaban en pie las casas que se ven en estas fotografías, y con la ayuda de Google se puede ver el edificio que actualmente ocupa el espacio de aquellas.

Dos opiniones he escuchado sobre la razón por las que esta calle lleva el sonoro nombre de bermejeros. Una de ellas cree que se debe a que en su vecindario había talleres de tinte y mas concretamente de color rojo o “bermejo”, como antiguamente se le denominaba .
Si bien es cierto que los distintos gremios se agrupaban en ciertas calles a las que solían dar nombre, parece un poco extraño que estos talleres se dedicaran a un solo color. También es curioso que en ninguna ciudad de habla hispana exista una calle con este nombre, mientras que de tintoreros/as hay en muchas ciudades tanto españolas como hispanoamericanas.

La segunda interpretación dice que algunos de los vecinos de esta calle se dedicaban a pescar “bermejas” en el cercano arroyo que corría paralelo a sus casas, en lo que aproximadamente hoy es el trazado de la Gran Vía. Si en principio puede parecer descabellado por la lejanía del río, me inclino por esta opinión pues este arroyo, conocido como de Santo Domingo, tuvo durante muchos siglos un caudal suficiente (salvo en el estiaje) como para albergar sardas, bermejas y otros peces pequeños como los que hasta hace pocos años se han seguido pescando en el Tormes o en el Zurguén.

Para hacerse una idea del aspecto que durante la Edad Media tenia esta zona de la ciudad hay que recordar que este arroyo al llegar a lo que hoy es la plaza de San Julián, se estancaba formando un remanso, conocido como la Laguna del Hoyo. Según Villar y Macías esta laguna ocupaba la actual plaza y el trozo de la Gran Vía que linda con ella, y sus dimensiones y profundidad eran suficientes para que hubiera barcas para atravesarla. Una vez pasada la laguna, el arroyo continuaba por la que luego se llamó calle de la Esgueva hasta pasar por debajo del puente de Soto (conocido hoy como puente de Santo Domingo) yendo desde allí a desembocar en el Tormes a las afueras de la Puerta de San Pablo.

Bernardo Dorado cuenta en su “Historia de Salamanca” que en 1398 se empezó a cegar la laguna con el ripio que se obtuvo al desmontar la muralla vieja de la calle Asadería.

Como casi siempre, no se puede asegurar cuál de las dos opiniones es la cierta, pero viendo el paisaje que en esos años tenían los vecinos de la calle Bermejeros, no me extraña lo mas mínimo su vocación pescadora.

domingo, 4 de julio de 2010

La Puerta Falsa

Durante el desescombro del edificio perteneciente a la Universidad, situado en el paseo de S. Vicente haciendo esquina con la calle del Espejo, han aparecido unos sillares del tramo de la “Cerca Nueva” que discurría por esta zona. Estos restos de la muralla que empiezan a aparecer es lo único que se conserva (por ahora) del paño que iba desde la Puerta Falsa hasta el Portillo de San Bernardo.

La Puerta Falsa se encontraba en la parte alta de la calle del Espejo. Según nos dice Villar y Macías la muralla por este lado disponía de foso. Supongo, por tanto, que la puerta tendría puente levadizo.

Anteriormente fue conocida como Puerta de San Clemente por estar próxima la ermita de este nombre, que se hallaba extramuros de la ciudad (aproximadamente debió estar donde hoy día se encuentra la cafetería “el Danubio Azul”).

A partir de 1320 en que, intramuros a su izquierda, se construyó la ermita de San Hilario, pasó a llamarse Puerta de San Hilario. Esta ermita sería derribada para formar parte del solar sobre el que se construyó el Colegio Mayor del Arzobispo Fonseca.

El nombre de Puerta Falsa lo llevó desde que en 1469, el conde de Alba, don García Álvarez de Toledo, quiso tomar la ciudad penetrando por ella a traición. Cuenta Villar y Macías, citando a Mosén Diego de Varela, cómo los salmantinos se opusieron, produciéndose allí mismo una cruenta batalla en la que murieron muchos caballeros de ambos bandos, antes de ser rechazado el conde.

Desde entonces y durante casi cuatro siglos la calle en la que se dio la batalla pasó a llamarse de los Mártires por lo muchos que allí hubo. También se cerró la Puerta y así permaneció más de cien años.

Dice Villar y Macías que “sin saberse por qué le han dado el nombre del Espejo, como hubieran podido darle otro cualquiera que nada recordase y contribuyese a oscurecer un notable suceso de la historia patria”.

Parece que en todas las épocas el callejero mantiene un curioso “baile”.


lunes, 21 de junio de 2010

El Pozo Amarillo



Hace unos días encontré en el libro de David Senabre “Desarrollo urbanístico de Salamanca en el siglo XX” el proyecto que en 1890 se presentó al Ayuntamiento a fin de darle un nuevo trazado a la calle del Pozo Amarillo.


En el plano que hizo Coello en 1885 se puede ver cómo esta calle partía de la plaza de la Verdura (hoy plaza del Mercado) y terminaba en la rinconada que hacía con la calle de Caleros. Vemos también que al principio de Caleros salía por la izquierda otra llamada calle de la Guerra (hoy desaparecida) que llegaba hasta la plaza de Santa Eulalia.


La reforma que se proponía (en rojo en el plano) pretendía unir el final del Pozo Amarillo con la desembocadura de la calle de la Guerra en la plazuela de Santa Eulalia. De paso alineaba tanto el tramo antiguo de la calle como el de nuevo trazado.

Este plan fue derogado en 1902 y hasta el primer cuarto del siglo XX no se llevó a cabo la alineación del trazado que hoy conocemos.

Para ello se tuvo que derribar en 1918 la Casa de los Águila, famosa por haberse hospedado en ella el rey Juan I en1384. Esta casa, que estaba en la trasera del teatro Liceo, fue tiempo después y hasta su derribo, una de las más nombradas posadas de la ciudad. Era conocida como Posada de la Cadena por tener encima de la puerta de entrada una cadena gruesa de hierro.

Por lo que cuenta Cándido Ansede en su libro “De la Salamanca de ayer”, en los primeros años del siglo XX el Pozo Amarillo era una de las calles con más tipismo de la ciudad ya que en ella había muchas posadas y figones en los que por poco dinero comían un buen número de gentes de los pueblos de la provincia.

Nos dice que cuando él conoció estos establecimientos, ya eran viejos, lo que lleva a pensar que esta parte de la ciudad fuera desde mucho tiempo atrás, una de las zonas donde se hospedaban los salmantinos de la provincia que con regularidad acudían al mercado que diariamente se montaba en la Plaza de la Verdura.

La casa que puede verse detrás de la de la cadena es la que se ve en esta otra foto anterior al nuevo trazado y que es la misma que la que se ve en la foto que hice en 1990 y que estuvo en pie hasta la ultima reforma del Liceo en 2002.

lunes, 7 de junio de 2010

Murmullos de la muralla. Muy tenues.



El tiempo sigue pasando y, por lo que se ve, aquellos rumores que avisaban del peligro de derrumbe de la muralla, si se tiraban las casas, no iban muy desencaminados. El diciembre pasado, demolieron la segunda casa de la triste serie de derribos que, a cualquier precio, se ha empeñado en llevar a cabo este ayuntamiento.
A principios de febrero se pudo ver cómo la parte baja del paño de muralla que quedó al descubierto, se había tenido que reforzar con un muro de hormigón de unos tres metros de altura.

Si, como se dijo, lo que se buscaba con los derribos era “poner en valor la muralla”, el resultado es desolador. Viendo el resto del paño, el batíburrillo de materiales es llamativo por lo penoso: sillares sueltos de granito, de arenisca, de piedra pajarilla, trozos de mampostería, cantos rodados, muretes de ladrillo y ladrillos sueltos por doquier, huellas de las viviendas anteriores… en fin, un espectáculo. Si a esto le añadimos las humedades que pueden verse en toda la pared, lo único que se me ocurre es que la cosa tiene muy mal arreglo.
Lo mejor será darle un poco más de tiempo, total ya.

lunes, 24 de mayo de 2010

Los pozos de la nieve

Desde el final de la Edad Media hasta el siglo XIX existieron en Salamanca 4 pozos de la nieve. Su función no era otra que almacenar la nieve y el hielo recogidos en los neveros de la sierra y en el río, entre los meses de abril y octubre. Estos pozos eran escavados en la tierra con las paredes de piedra y en el suelo enlosado llevaba un desagüe por el que salía el agua del deshielo que se iba produciendo.
La nieve se traía en bolas desde la sierra y se iban apelmazando con grandes pisones de madera. Cada medio metro de nieve se extendía una capa de paja que ayudaba a la conservación. Alrededor de algunos pozos se construían balsas de muy poca profundidad para llenarlas de agua y que ésta se congelara con las heladas de la noche. A la mañana este hielo se rompía en trozos y se añadía al pozo.

En Salamanca parece ser que hubo cuatro. Uno de ellos estuvo en el convento de San Andrés pegado a la muralla y es el único que parece ser que se conserva, pues el ayuntamiento ha prometido restaurarlo. Éste convento de carmelitas calzados se hallaba, entre el arroyo de Santo Domingo (donde hoy está la iglesia del Carmen de Abajo) y el principio de la curva donde empieza el paseo de Canalejas. Por buena parte de su solar pasa actualmente el paseo del Rector Esperabé.



Restos del Convento de S. Andrés en Cordel de Merinas

Otro de los pozos estaba en el Teso de la Feria. Era el único que no pertenecía a la Iglesia pues sabemos que su dueña fue Doña Clara Bernarda de Soria Arias y Mercado. Era también el único que estaba al otro lado del río. En él se guardaba tanto la nieve como el hielo del Tormes cuando se candaba.

El tercero de estos pozos se encontraba en el Colegio de la Concepción de Teólogos y lo tenia arrendado el Consistorio. Este colegio estuvo entre principios del XVII y finales del XVIII en que fue clausurado, en las peñuelas de San Blas (próximo al auditorio de este nombre y que antes de este uso fue parroquia).

El cuarto de los pozos del que tengo noticias estuvo en el Convento de Guadalupe de frailes Jerónimos. Sobre su solar y muchos de sus muros se encuentra en la actualidad la fábrica de Mirat. Si como parece ser los edificios que componen la fabrica van a volver a ser de la ciudad, será ese un buen momento para confirmar, o no, si hubo un pozo en el convento.


A mediados del siglo XIX estos pozos se fueron abandonando y con la llegada del “frío industrial” a finales de ese siglo, desaparecieron.

Es interesante observar que el máximo desarrollo de esta industria (así es como se la denominaba en aquellos tiempos) se produjo en los siglos XVI, XVII y XVIII, coincidiendo con lo que en Europa se conoce como Pequeña Edad de Hielo.

lunes, 10 de mayo de 2010

Poetas ilustrados en torno al Corrillo

Sordolodo, Ochavo, Neverías y la Lonja eran los nombres de tres calles y una plaza que a lo largo del siglo XIX pasaron a llamarse Meléndez, Quintana, Sánchez Barbero y Poeta Iglesias. Resulta llamativo y digno de agradecer que nuestra ciudad dedicara varias calles del centro al recuerdo de cuatro poetas ilustrados que marcaron las letras salmantinas y españolas en el Siglo de las Luces. La calle que se dedicó a Meléndez Valdés es conocida desde los primeros tiempos de la Repoblación de Raimundo de Borgoña. Prácticamente arrancaba en la Puerta del Sol (donde actualmente comienza la plaza de San Isidro) y llegaba, como hoy, hasta la plaza del Corrillo, que entonces pertenecía a la plaza de San Martín. Según Villar y Macías era una de las calles por las que discurría la Vía de la Plata a su paso por Salamanca. Su nombre antiguo fue Sordolodo, que, parece ser, es una derivación de Gordolodo que a su vez lo sería de Gordolobo (planta medicinal) y que derivaría del latín “cauda lupi”, es decir, rabo de lobo.

En el caso del poeta
José Quintana se le dedicó, en principio, una calle que se formó en el siglo XVI, al construir las Carnicerías Reales en la plaza de San Martín y que se llamaba del Ochavo. Ésta era paralela a la calle del Navío, pues ambas tenían su entrada por el Corrillo y la salida por Poeta Iglesias. A fines del XIX la manzana de casas que las separaba fue derribada y se abrió un debate a fin de decidir cual de los dos nombres llevaría la nueva calle. Hubo quien propuso una solución de consenso y a punto estuvo de llamarse “del Navío Quintana”. Por suerte alguien se dio cuenta del “estrambote” y el poeta no tuvo que ceder su nombre a un barco.




Al poeta y periodista Francisco Sánchez Barbero se le dedicó la paralela a Quintana, que hasta ese momento se había llamado de la Nevería. Lo más probable es que en ella existiera uno de los pozos en los que se conservaba durante el verano la nieve traída de la sierra.


Por último, al célebre poeta José Iglesias de la Casa se le dedicó una de las principales plazas de la ciudad, pues en ella estuvo el Ayuntamiento antes de hacerse la Plaza Mayor, después la Audiencia Provincial, más tarde la primera sede de la Diputación Provincial, también fue cárcel y hasta hace pocos años Gran Hotel. El nombre de plaza de la Lonja se debe a la que había delante del edificio que tantas utilidades le había proporcionado a la ciudad.











Como puede verse en no más de doscientos metros la ciudad guardó el recuerdo de uno de los acontecimientos culturales mas importantes de la historia de Salamanca, la llamada Escuela Poética Salmantina, a la que los cuatro poetas pertenecieron.









domingo, 25 de abril de 2010

Juan Picornell y Obispo

Nos cuenta don Manuel Villar y Macías en su “Historia de Salamanca”, que “pocas poblaciones podrán como Salamanca envanecerse de contar entre sus varones ilustres uno de tan breve edad como Juan Picornell y Obispo”.

Desde luego tiene motivos para decirlo, pues este niño nacido el 9 de septiembre de 1781, como relata la nota biográfica que escribió el poeta José Iglesias, ya desde sus primeros meses de vida comenzó a dar señales claras de su viveza. Sus padres, Juan Picornell y Gomilla y Feliciana Obispo y Álvarez, observaron que ya antes de hablar, prestaba gran atención a lo que se decía. Una vez comenzó a hacerlo, vieron que daba respuestas poco acordes con su corta edad. En vista de ello, decidieron educarlo con todos los conocimientos que tanto anhelaba la criatura. Cuando apenas tenía tres años era capaz de contestar a cualquier pregunta que se le formulara.

A los tres años y medio fue examinado en el Paraninfo por varios doctores de la Universidad. Contestó a más de 500 preguntas de historia sagrada, moral, geografía e historia de España. Después de hora y media de examen y al considerarlo cansado rezaron una oración en elogio del infante, aplaudida por las más de tres mil personas que allí se concentraron.

Dos años después se le sometió a otro examen, cuyo programa nos enseña Villar y Macías y que a grandes rasgos era el siguiente :

El Nuevo Testamento, historia de España, geografía natural y política, explicación matemática del globo terrestre, información histórica y geográfica de las cuatro partes del mundo así como las noticias pertenecientes a su historia sagrada y profana.

A todo respondió y su fama llegó a todos los reinos tanto españoles como extranjeros.

Después de esto, no se tienen mas noticias sobre él. Cree Villar y Macías que aquel temprano desarrollo intelectual fuera el causante de su prematura muerte.


P.D. En esta fotografía podemos ver como eran la mayoría de las casas de esta calle hace apenas 20 años.

lunes, 12 de abril de 2010

El Colegio de Alcántara


Durante los últimos post he ido hablando de lo que fue y supuso en Salamanca el convento de San Francisco el Grande. Hoy quiero recordar lo que no se realizó debido, en parte, a su influencia. Me refiero al nuevo Colegio que la Orden Militar de Alcántara proyectó, en 1790, en los terrenos que hoy ocupa el Campo de San Francisco.

Este colegio fue fundado por Carlos V en 1552. Según nos cuenta Villar y Macías, su primera residencia estuvo en la “Casa de los Abades”, sobre cuyo solar se construyó, tiempo después, el Seminario de Carvajal en la plaza a la que da nombre. Pasaron después a ocupar la Casa de Los Abarca y de allí se trasladaron a una casa con torreón en la calle del Prior, que había sido propiedad de los Tejeda.

El mal estado de estas casas, propició que el Consejo de Órdenes encargara a Jovellanos, que en ese tiempo residía en Salamanca, la búsqueda de un solar para acometer la construcción de un nuevo colegio.

Como nos relata Florencio Hurtado Rodríguez en su interesantísimo libro “Salamanca en el siglo XVIII. La Salamanca que conoció Jovellanos”, el solar elegido fue el del Campo de S. Francisco. El ayuntamiento cedió el terreno a la Orden y las obras dieron comienzo.

En el plano que extraigo del imprescindible libro de Mª Nieves Rupérez Almajano Urbanismo de Salamanca en el S. XVIII”, se puede observar la distribución que se iba a realizar del espacio disponible: la parte alta del Campo (la de poniente) se destinaría a huerta, el centro sería ocupado por el colegio y la parte baja se utilizaría para acoger una gran plaza pública con fuente, árboles, parterres y un crucero, a la que se accedería por tres amplias entradas. A esta plaza daría la fachada del Colegio en el mas puro estilo neoclásico que tanto gustaba a los ilustrados como Jovellanos.

El problema vino cuando los franciscanos, los representantes del común y algunas personalidades más (entre las que parece que estuvo García de Quiñones) se opusieron, con todas sus influencias y pocas pruebas, a la futura construcción. El juicio se prolongó durante años, las obras fueron paradas y ya en 1798, tras un alegato de Jovellanos en el que demostraba la inconsistencia de las alegaciones en contra del edificio, el Tribunal falló a favor de los de Alcántara.

Como nos dice Mª Nieves Rupérez, para ese año, la Orden Militar no disponía del dinero destinado a la fábrica, y un año después se trasladó al colegio de Oviedo, renunciando definitivamente a su construcción.

Solamente se habían acabado los cimientos y algunas de las paredes del primer cuerpo hasta unos doce pies de altura.

Tras quedar abandonado varios años, durante la guerra de la Independencia fue destruido por los franceses mucho de lo hecho, y en años posteriores demolido el resto para aprovechar la piedra.

Según Jovellanos se perdió para la ciudad uno de los edificios más hermosos de los que en ella había. Es posible que estuviera en lo cierto, pero, seguramente, hoy nadie eche de menos un edificio más y sí se agradezca la existencia de uno de los pocos jardines con que cuenta el centro de la ciudad. Los tiempos cambian y con ellos las necesidades.

lunes, 29 de marzo de 2010

La huella de San francisco el Grande de Salamanca 2

La zona en la que se establecieron los Menores estaba, en el siglo XIII, despoblada y es de suponer que en baldío, pues todo lo que rodea al convento por los lados norte y oeste era llamado Campo de S. Francisco. Esta denominación que hoy corresponde solamente a los jardines, se extendía en aquella época a la zona que fue donada por los franciscanos al Arzobispo Fonseca para construir el Colegio Mayor De Santiago Cebedeo (Colegio de los Irlandeses). Así pues, el espacio primitivo conocido como Campo de S. Francisco sería el formado en la actualidad por el solar que ocupa el Colegio de los Irlandeses (incluidas su capilla y su hospedería) más el de los jardines.El despoblamiento de esta parte de la ciudad permitió a los Menores la ocupación de un amplio recinto (Balthasar de Monconys dice en 1628 que "acoge a unos doscientos religiosos y es digno de verse a causa de su gran masa de piedra...") que correspondería al delimitado en la actualidad por la calle Ancha en el Este, las Peñuelas de S. Blas por el Sur, la calle de Fonseca, hasta un tercio de su ancho, por el Oeste y el Campo de S. Francisco por el Norte. El perímetro que tuvo, prácticamente coincide con el que ocupa la manzana que existe en la actualidad. Sólo este hecho, habla bien a las claras de la huella que la construcción franciscana ha dejado en el trazado urbano de Salamanca.

En lo que se refiere a los alrededores observamos, igualmente, que apenas ha variado su configuración. En la parte de poniente la estructura que formaron el Colegio del Arzobispo junto con la Puerta Falsa (calle del Espejo) y la Puerta de San Francisco (calle de Ramón y Cajal), se mantiene exactamente. Tan solo la calle de Fonseca se ha visto modificada en su ancho, al ocupar parte del cenobio de los Menores.

Por la parte norte continúa existiendo el gran espacio que tanto antes como ahora se ha llamado Campo de San Francisco. No obstante es aquí donde se abrió, en el siglo pasado, la única calle nueva de los alrededores. Me refiero a la que, actualmente, lleva el nombre del entrañable cronista salmantino D. Juan Domínguez Berrueta. Si bien ya en el siglo XVIII es citado el paso (aunque como "un basurero asqueroso e intransitable") entre las Úrsulas y la Tercera Orden de San Francisco, será al realizarse en 1787 la elevación de terrenos necesaria para hacer los jardines, cuando dicho paso tome una cierta entidad viaria. Esta se completará en 1840 al construirse la Plaza de Toros en la parte baja del Campo. En 1860 se derribó esta plaza y pocos años después (1886) su solar fue ocupado por el Colegio de las Adoratrices. Al dejar las religiosas la zona oeste del colegio para huerta y jardín volvió esta parte del Campo a recuperar el carácter de recreo (esta vez privado) que se le intentó dar a todo el recinto en la reforma de 1787. Actualmente los Jardines del Campo de San Francisco son el único vestigio toponímico del convento. El último tramo de este flanco septentrional lo sigue ocupando el Palacio de Monterrey.

En el lado de levante la manzana de las Agustinas y la calle Tahonas Viejas mantienen el mismo trazado que en siglos anteriores. Sí se ha producido, no obstante, un importante cambio, que si bien no ha modificado el trazado viario, sí ha transformado totalmente la estampa de esa zona. Me refiero a la desaparición del regato que corría a lo largo de la tapia de la huerta que miraba a la iglesia de la Purísima. Al ser cegada esta alberca, el espacio que lo bordeaba ganó bastante terreno. Esto, unido a lo angostas que eran las calles de la ciudad debió dar por resultado el que se la llamara calle Ancha, tal como en nuestros días se la conoce.

Por último, nos encontramos con la fachada que da al mediodía. Tanto la parroquia de San Blas como el antiguo Colegio de la Compañía de Jesús (hoy colegio del Maestro Ávila), ambos en lo alto de las Peñuelas, colaboran a mantener intacto el dibujo urbano de siglos anteriores. El resto de la cuesta de San Blas, aun habiendo conservado el trazado antiguo, es la parte que más ha cambiado, por las nuevas construcciones que se han llevado a cabo en los últimos quince años.

En resumen, creo que la gran cantidad de nobles edificios, tanto religiosos como civiles, que hay en esta zona, han contribuido en gran medida a mantener prácticamente intacto su trazado urbano. Más si observamos la influencia que el convento de los Menores tuvo en su entorno, podemos afirmar que su actual configuración se debe, al menos en el cincuenta por ciento de su espacio, a los frailes. Así, la cesión de la parte oeste de su campo al Arzobispo Fonseca, propiciará que toda esa zona quede estructurada como al presente lo está. De igual modo, su persistente oposición (unida a las de otras personas e instituciones) a la construcción del Colegio de Alcántara en el lugar que hoy ocupan los Jardines, ayudó en gran medida a la paralización de las obras. Tras un largo pleito, se falló a favor de los de Alcántara pero su situación económica no les permitió continuarlo.

En cuanto al interior del recinto su huella se mantiene en dos aspectos. Por un lado, parte del espacio que los Menores dedicaron a huerta es hoy un recoleto jardín que, a los pies del gallardo ábside central, da un mínimo de decoro a los restos de este gran convento. Por otro, la donación de terreno que hicieron a la Tercera Orden de San Francisco para la erección de su capilla, unido al convento de frailes capuchinos que actualmente existe (recordemos que cuando terminó el período de exclaustración, los franciscanos no volvieron a Salamanca, cediendo sus derechos a los capuchinos), han mantenido, al menos en la parte norte de la manzana, el aire conventual que se respira en toda esta antigua y bella zona de la ciudad.